La Doctrina Social de la Iglesia. Una luz para
reconstruir la Nación
Carta pastoral del
Episcopado Argentino
a los miembros del
Pueblo de Dios y a todos los hombres de buena voluntad
I. Origen y naturaleza de la Doctrina
Social
El misterio de Jesucristo
1. El tiempo de Adviento, ya inminente, nos invita una
vez más a la reflexión y compromiso. En él contemplaremos el misterio del Hijo
de Dios que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y
por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Su nacimiento y vida entre los hombres es Evangelio, anuncio de salvación que
confirma el amor de Dios al hombre y la sublime dignidad con que lo reviste.
La dignidad del Hombre y sus derechos
2. De esta dignidad brotan los derechos fundamentales e
inalienables de todo ser humano, que no lo abandonan nunca, desde su concepción
hasta su muerte natural. Y esto, no importa su condición: varón o mujer, rico o
pobre, sabio o ignorante, inocente o reo, y cualquiera sea su color. Esta
dignidad es la clave y el centro del misterio del hombre y de todo lo que lo
atañe. Desde ella todo problema humano puede ser iluminado y hallar solución.
Esta dignidad nos ilumina también para apreciar la grandeza sublime de la vida
terrena y de los esfuerzos con que el hombre procura hacerla más plenamente
humana. No por ser peregrino del cielo, el cristiano descuida la construcción de
la patria terrena.
La Doctrina Social de la Iglesia
3. De la contemplación del misterio de la encarnación y
nacimiento de Jesucristo, surge espontáneamente el anuncio del Evangelio
aplicado a la vida social considerada en todos los planos: familiar, cultural,
económico, ecológico, político, internacional. Esto es lo que se llama Doctrina
Social de la Iglesia. Dimana del Evangelio, pero no es un derivado menor del
mismo. Es el Evangelio de Jesucristo aplicado a la vida social del hombre. Es
su resonancia temporal. Y así como la Iglesia no puede callar el Evangelio,
tampoco puede silenciar su Doctrina Social. Nadie ha de temerle a ella. La
Iglesia la anuncia a favor del hombre y de la paz social, para el servicio de
todos.
Si bien la
Doctrina Social se viene la desarrollando en forma sistemática desde el Papa
León XIII, y se la difunde con frecuencia por medio de encíclicas pontificias,
su origen remonta al mismo Jesús y a la enseñanza de los Apóstoles. Incluso,
hunde sus raíces en las Escrituras antiguas citadas por Jesús, especialmente la
Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos. Y se fue desarrollando a lo largo de
los siglos gracias a la enseñanza de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia
y con el concurso del Pueblo de Dios.
El Compendio de la Doctrina Social: hecho
eclesial y pastoral
4. La complejidad y aceleración de la vida del hombre,
lo mismo que el fenómeno de la globalización, han obligado en los últimos
tiempos a un desarrollo continuo de la Doctrina Social de la Iglesia, de modo
que ésta hoy constituye un verdadero cuerpo doctrinal. El Papa Juan Pablo II,
con su preclara mirada pastoral y en virtud de su autoridad como Pastor de toda
la Iglesia, dispuso que el Pontificio Consejo Justicia y Paz redactara el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuya versión castellana ha sido
publicada recientemente. La riqueza intrínseca del Compendio y la autoridad que
dispuso su composición, nos permiten considerarlo como un hecho eclesial y
pastoral de magnitud. Y, aunque redactado primeramente para uso de los
Pastores, recomendamos su estudio y aplicación a todos los miembros del Pueblo
de Dios, en particular a los miembros del clero encargados de exponer la
doctrina cristiana, a los catequistas, a los docentes católicos y a los fieles
laicos que tienen especiales responsabilidades en la construcción de la
sociedad.
Alcance de esta carta y método para su
empleo
5. No pretendemos abordar en esta carta todos los
capítulos de la Doctrina Social; por ejemplo, la familia, el trabajo humano, la
vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, la
salvaguarda del medio ambiente. Tampoco intentamos desarrollar sus principios y
valores, ni desentrañar todas las implicancias que estos tienen para la vida
social argentina. Queremos, simplemente, mostrar la organicidad de los
principios y valores que sustentan esta Doctrina, y proponer a la reflexión
algunas situaciones y cuestiones. Y ello para estimular a todos a estudiar la
Doctrina Social de la Iglesia, analizar con su luz algunos aspectos de la
situación del País, y, en conjunción con la propia ciencia y experiencia,
aplicarla al momento presente. Y, de este modo, trabajando junto con todos los
hombres de buena voluntad, encontrar caminos concretos que contribuyan a la
reconstrucción del tejido social, afianzar el sentido de pertenencia a la
Nación y acrecentar la conciencia de ser ciudadanos.
II.
Cinco Principios Básicos de la Doctrina Social
Proyecciones sobre la
realidad social argentina
Los Principios
6. Sobre el fundamento insustituible de la dignidad de
la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, que postula un
humanismo integral y solidario, se erigen cinco principios permanentes, a modo
de cinco columnas, que sostienen todo el edificio de la Doctrina Social de la Iglesia;
a saber: el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiaridad,
la participación y la solidaridad. Estos principios tienen un carácter general
y fundamental, ya que se refieren a la realidad social en su conjunto. Deben
ser apreciados en su unidad, conexión y articulación (Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia 161-162; en adelante C).
1° El bien común
7.
De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas, deriva, en primer
lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la
vida social para encontrar plenitud de sentido (C 164). Este es el conjunto de
valores y condiciones que posibilitan el desarrollo integral del hombre en la
sociedad, incluido su desarrollo espiritual. El bien común es por ello el humus
de una nación. Desde allí ella germina y se reconstruye. El bien común no
consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada uno de los
sujetos del cuerpo social. (ib.). Si así fuese, la existencia de una nación
estaría sometida a los avatares de los diferentes sectores. El bien común de
una nación es un bien superior, anterior a todos los bienes particulares o
sectoriales, que une a todos los ciudadanos en pos de una misma empresa, a
beneficio de todos sus integrantes y también de la comunidad internacional. No
puede ser parcializado, dividido, ni privatizado. "Siendo de todos y de
cada uno, es y permanece común porque es indivisible y porque sólo juntos es
posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro (ib.).
Una sociedad que quiere estar al servicio del ser humano, es aquella que se
propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los
hombres y de todo el hombre. La persona no puede encontrar la realización sólo
en si misma; es decir, prescindir de su ser con y para los demás (C 165). La
construcción del bien común se verifica en la promoción y defensa de los
miembros más débiles y desprotegidos de la comunidad.
Situaciones y Cuestiones
8. ¿Cómo medir nuestra voluntad de reconstruir la Nación
desde la perspectiva del bien común? Proponemos a la reflexión sólo dos
cuestiones.
Primera, la defensa de los derechos
adquiridos y el reclamo de los nuevos.
Si al defenderlos o reclamarlos lo hacemos dentro del respeto de los derechos
esenciales de los demás, estaremos construyendo la Nación. De lo contrario la
estaríamos dañando, porque estaríamos actuando en contra del bien común.
Segunda, el comportamiento con los bienes
públicos. Aun cuando bien
público y bien común no son sinónimos, el primero está referido al segundo,
porque es obtenido con el aporte de todos y para el servicio de todos. Es de
lamentar que, para algunos, público
adquiera un sentido totalmente contrario. No sería ya lo de todos, para el
servicio de todos, adquirido con el aporte de todos, que por todos debe ser
custodiado y defendido, sino lo de nadie, puesto allí para apropiarnos de él,
dañarlo, destruirlo, o distribuirlo discrecionalmente entre amigos y clientes.
Educar en el respeto de los bienes públicos es uno de los grandes desafíos que
han de enfrentar la familia, la escuela, la catequesis y los medios de
comunicación social. Sin este respeto sería muy arduo convivir armónicamente y
muy difícil construir una república.
2° El destino universal de los bienes
9. Entre las múltiples implicaciones del bien común,
adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes:
Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los
hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en
forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad
(C 171). Este principio de la Doctrina Social de la Iglesia, formulado desde
antiguo por los Santos Padres, fue relegado con frecuencia al olvido. A veces
porque no se lo supo relacionar con otro principio derivado de él: el de la
propiedad privada. Otras, por no entender que ésta es una concreción del
destino universal de los bienes, y no su negación; es decir, que todos los
miembros de la comunidad, y no sólo algunos, tienen derecho a poseer lo
necesario. Otras, por no comprender que la propiedad nunca es absoluta, sino
que está subordinada siempre al bien común. Otras, finalmente, por no entender
que tanto el destino universal de los bienes, como el derecho a apropiarse de
los mismos, conllevan el derecho-deber de producirlos; es decir, el
derecho-deber del trabajo.
Situaciones y Cuestiones
10. Atentos a este principio clásico de la Doctrina
Social, y ante el empobrecimiento de gran parte de la población, precipitado
por la crisis institucional del 21 de diciembre de 2001, surgen muchos
interrogantes. En primer lugar, acerca de cuál es la responsabilidad que les
cabe a las autoridades políticas de antes y de durante la crisis. Pero también
a los demás sectores de la sociedad, en especial a los empresarios y
sindicalistas, en particular a los que se profesan cristianos, por no haber
percibido suficientemente el empobrecimiento que se venía produciendo y que se
aceleró en forma incontrolable hiriendo gravemente la dignidad de tantos
hermanos y hermanas. Si bien reconocemos que es mucho lo que los argentinos,
ciudadanos y autoridades, hemos hecho desde entonces para revertir la
situación, es mucho todavía lo que resta por hacer. Y por tanto hemos de interrogarnos
sobre nuestra voluntad de comprometernos aún más y mejor para superar el
empobrecimiento general.
11. Existen muchas situaciones y formas de pobreza
debidas a distintas causas: naturales (una catástrofe), estructurales (una ley
económica injusta), espirituales o morales (ser avaro, pedigüeño), culturales
(incapacidad para cultivar los dones recibidos de Dios y proveer así al propio
sustento). Varias de estas formas de pobreza tienen como consecuencia que el
hombre no pueda apropiarse de la parte de los bienes que le corresponde para su
desarrollo integral. Y, por tanto, si no se las superase, podría multiplicarse
aún más el número de los que ya están sumidos en la pobreza, provocando un daño
irreparable para ellos y un gran detrimento para todos.
12. Llamamos la atención especialmente sobre dos
situaciones graves de pobreza, que a nuestro entender sólo podrán ser superadas
si las enfrentamos entre todos con políticas firmes y duraderas, cuyo garante
sea el Estado.
Primera, la
ausencia de un trabajo digno y estable, que degrada a amplios sectores del
pueblo honrado y trabajador y desintegra a la familia. Es ésta una las peores
desgracias sufridas por la Argentina, de cuya magnitud no se tiene idea cabal.
La historia nos enseña que naciones destruidas en guerras devastadoras han sido
capaces de levantarse gracias al trabajo del pueblo. Éste es siempre la
principal riqueza de una nación. Si queremos ver resurgir a la nuestra, hemos
de esforzarnos por la dignificación del trabajador mediante la creación de
fuentes de trabajo genuino y la supresión del trabajo en negro y de la dádiva.
13. Una segunda situación de pobreza, es el difícil
acceso a la tierra, la cual es el primer don que Dios da al hombre para proveer
a su sustento. En la Argentina, la gran extensión territorial, conjugada con
una población relativamente escasa y altamente concentrada en el Gran Buenos
Aires y en muchas capitales de Provincia, amenazan constituir una estructura
permanente generadora de pobreza. En el equilibrio entre industria y campo
estriba uno de los secretos de la riqueza de una nación. Lo demuestra la
experiencia de los países del primer mundo, altamente industrializados, que
cultivan sus tierras con esmero.
Por ello
preguntamos: ¿sería conveniente diseñar una política demográfica que revierta
el éxodo hacia el Gran Buenos Aires y a las capitales de Provincia? En el mismo
sentido, ¿habría que fortalecer los municipios del interior, especialmente los
rurales, y las economías regionales, de modo que el hombre del interior, en
especial el joven, pueda florecer en su propio contexto social y cultural?
¿Ayudaría una sabia reforma agraria que aliente a la gente del campo,
principalmente a los pequeños y medianos productores, a permanecer en la vida y
el trabajo rural? ¿Cómo propiciar la concreción de las leyes que reconocen el
derecho de los aborígenes a la tierra productiva y a la propiedad comunitaria?
¿Qué medidas políticas apoyar para defender y preservar el medio ambiente?
14. Hay otras situaciones de pobreza que también merecen
especial atención.
Ante todo, la
deficiencia de la educación, en todos sus niveles. Sin una adecuada escolaridad
y enseñanza, será cada vez más difícil que los pobres participen de los bienes
necesarios para su desarrollo.
Igualmente, la
precariedad de los servicios de la salud, a los que muchos no tienen acceso. La
salud es el primer bien tangible para todo ser humano. De allí, la importancia
del cuidado de la integridad física y psíquica. Y la gravedad de carecer del
mismo.
Por último, y como
coronación de todas las situaciones que engendran pobreza, está la inmensa
deuda pública. Es nuestro más vivo deseo que ésta, a pesar de las dificultades,
se negocie con éxito y para alivio de nuestro pueblo. Habremos de recordar
siempre que la Deuda tiene dos caras, que han de ponernos sobre aviso para
evitarlas en el futuro: la injusticia de la economía internacional reinante en
este campo, y la irresponsabilidad de quienes contrajeron la Deuda o alentaron
a contraerla a espaldas del pueblo.
3° La subsidiaridad
15. Esta palabra enuncia otro principio clave de la
Doctrina Social. Significa que todas las sociedades de orden superior deben
ponerse en una actitud de ayuda (subsidium) por tanto, de apoyo, promoción,
desarrollo- respecto de las menores. De este modo, los cuerpos sociales
intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen,
sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel
superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver
negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital (C. 186). El
principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las
instancias sociales superiores e insta a éstas últimas a ayudar a los
particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este
principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo
de original que ofrecer a la comunidad (C. 187).
Situaciones y Cuestiones
16. El principio de la subsidiaridad es válido no sólo en
la economía, sino en todos los órdenes. Por ejemplo, en la educación. Así, la
escuela pública de gestión privada cumple un papel muy importante en la
sociedad, y es de justicia que el Estado aporte para sufragar los gastos de
esta educación con los impuestos que pagan los ciudadanos.
Este principio de
la subsidiaridad ha sido abandonado muchas veces en la organización de la
sociedad, por exceso o por defecto. Por exceso, cuando el Estado acapara para
sí todas las iniciativas, libertades y responsabilidades, que son propias de
las personas y de las comunidades menores de la sociedad: el estatismo. Por
defecto, cuando el Estado no protege al débil frente a los más fuertes, o no
brinda su ayuda económica, institucional, legislativa a las entidades sociales
más pequeñas cuando es necesario: el liberalismo a ultranza.
17. En la Argentina hemos conocido los dos extremos. Al
menos desde los años 30 hubo un estatismo creciente, que nutrió, en el
inconsciente colectivo, la falsa imagen de que el Estado sería como un dios,
que existe desde siempre, que todo lo puede, a quien todo se le puede exigir, e
incluso se lo puede maltratar porque nada malo le podría suceder. También
conocimos un voraz liberalismo, que desmanteló al Estado privatizando sus
empresas, pero sin la red de protección social que ello habría exigido, y sin
el control necesario sobre los nuevos prestadores de los servicios públicos,
acrecentando aún más el gasto público que se pretendía reducir. Ambas
corrientes colisionaron y produjeron el sismo social conocido. Estamos ahora en
la etapa de la reconstrucción, aprendiendo de la dolorosa experiencia.
Por otra parte,
está vigente la subcultura de la dádiva. Ésta pervierte el principio de la
subsidiaridad, degrada al pobre y lo convierte en un sujeto incapaz de participar
de la vida democrática, engendrando un nuevo problema social.
18. También aquí se imponen muchas preguntas. ¿Cómo
reconstruir al Estado y hacer que esté al servicio de la sociedad civil? ¿Cómo
evitar que devore a las sociedades u organizaciones intermedias? ¿O, por el
contrario, que se declare ausente y deje a los ciudadanos al arbitrio de los
poderosos? ¿Cómo desterrar de la actividad política la práctica de comprar
adhesiones mediante la dádiva? ¿Cómo propiciar la relación entre los pueblos,
en el respeto de la idiosincrasia y valores de los mismos, y de las necesarias
garantías que posibilite entre ellos un intercambio comercial justo y
equitativo?
4° La participación
19. Participación es otra de las columnas de la Doctrina
Social de la Iglesia. Es una consecuencia característica de la subsidiaridad,
que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales
el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de
los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política
y social de la comunidad civil a la que pertenece. Es un deber que todos han de
cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. No
puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida
social. La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las
mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y
responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno
de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las
mejores garantías de permanencia de la democracia (C 189, 190).
Situaciones y Cuestiones
20. ¿Cuál es el grado de participación del argentino en
la vida social, y, particularmente, en la defensa y el progreso de la sociedad
política?
Hay muchos signos
positivos. En general, parece satisfactorio el índice de los votantes y aumenta
la participación en la sociedad civil: centros vecinales, clubes, ONG de todo
tipo, colegios profesionales, etc.
Pero también hay
señales negativas. Se exigen derechos, pero no siempre se conocen ni cumplen
los deberes. Que el pueblo no interviene en el gobierno sino por sus
representantes: es un principio que muchas veces se interpreta mal. Se piensa
que los deberes del ciudadano se agotan en el acto eleccionario. Cumplido éste,
muchos se despiden de su ciudadanía hasta la próxima elección. No son
conscientes que a la salida del cuarto oscuro los aguarda la vida cotidiana con
una multitud de otros deberes ciudadanos, de diverso grado, pero todos
necesarios para actuar como ciudadano y construir la República: desde no cruzar
el semáforo en rojo, no hacer ruidos molestos, cuidar la limpieza de los
espacios públicos, realizar bien el trabajo, pagar los servicios e impuestos,
exigir cuentas de su recta administración, hacer con responsabilidad la propia
opción partidaria, respetar la ajena, entablar un diálogo democrático con ella.
Y así, hasta el cumplimiento de deberes más graves, como postularse para un
cargo público, y, si fuere el caso, hacer juicio político a la autoridad
constituida, etc. Olvidan que el cumplimiento de estos deberes es la respuesta
necesaria a la sociedad, la cual defiende y promueve los derechos de los cuales
gozan. No sin razón se ha dicho que los argentinos somos 37 millones de
habitantes, pero no logramos ser 37 millones de ciudadanos. El habitante
usufructúa la Nación y sólo exige derechos. El ciudadano la construye porque,
además de exigir sus derechos, cumple sus deberes.
21. Entre las muchas cuestiones que surgen, planteamos
las siguientes: ¿Cómo luchar para transformar la pasividad de muchos en una
auténtica participación democrática en la sociedad política? ¿Cómo poner en
marcha las iniciativas referidas a la reforma política que se acordaron en la
Mesa del Diálogo Argentino? ¿Cómo garantizar que las promesas o proyectos
electorales se concreten en leyes justas y oportunas? ¿Cómo garantizar
jurídicamente el gran aporte de los voluntarios sin perjudicarlos a ellos ni a
las instituciones a las cuales sirven con generosidad?
Jesucristo, autor
de nuestra fe y de nuestro compromiso ciudadano: esta oración que rezamos el
año pasado en preparación del Congreso Eucarístico Nacional de Corrientes, y
este año para el Congreso de Laicos, continúa interpelándonos a los cristianos.
5° La Solidaridad
22. La solidaridad confiere particular relieve a la
intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en
dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una
unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan
difundida del vínculo que se manifiesta entre los hombres y los pueblos (C
192). Estas relaciones de interdependencia, que son, de hecho, formas de solidaridad,
deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia
solidaridad ético-social. La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor
de principio social ordenador de las instituciones (C 192,193).
23. En situaciones difíciles los argentinos nos mostramos
solidarios. Por ejemplo, cuando sufrimos inundaciones. Las repetidas crisis
político-sociales quizás habrían acabado con nosotros si no hubiésemos sido
solidarios. Es admirable cómo, en situaciones límites, nacen formas impensadas
de solidaridad, especialmente en el pueblo humilde.
No obstante, la
solidaridad necesita un crecimiento sustancial en orden a afianzar la
conciencia ciudadana y la responsabilidad de todos por todos. La solidaridad
expresa la solidez moral de una comunidad cuando, superando el sentimiento
superficial, llega a elevarse hasta el rango de virtud social. No se trata, tan
sólo, de que crezca la cantidad de donativos para aliviar los males de otros
ante acontecimientos dolorosos o catástrofes. Se trata, principalmente, de
llegar personal y comunitariamente a la determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para
que todos seamos verdaderamente responsables de todos (C 193).
Situaciones y Cuestiones
24. Muchas son las cuestiones que surgen en este renglón.
Hay una forma de insolidaridad preocupante: el crecimiento escandaloso de la
desigualdad en la distribución de los ingresos. Una sociedad en la que faltase
la equidad social correría serio peligro de dejar de ser solidaria.
Otra forma de
insolidaridad es el debilitamiento de la cultura del trabajo en muchos que
gozan de él. Trabajo mal hecho, a desgano, sin ansias de perfeccionarse. El
trabajo es un servicio a la comunidad, que da derecho a comer de él.
Preocupa, también,
la reiteración de reclamos no atendidos y de huelgas desproporcionadas, que no
reparan en las injustas consecuencias sufridas por los más débiles: niños,
ancianos, enfermos, trabajadores.
En una sociedad
donde crece la marginación no serían de extrañar manifestaciones violentas por
parte de sectores excluidos del mundo del trabajo, que podrían degenerar en
peligrosos enfrentamientos sociales.
25. Las situaciones y cuestionamientos esbozados muestran
el complejo campo social en el que todos, pero especialmente ustedes, queridos
fieles laicos, deben reflexionar los principios de la Doctrina Social de la
Iglesia, para contribuir a hallar soluciones, desde su propia vocación y misión
de ciudadanos, junto con los demás integrantes de la sociedad.
III.
Cuatro Valores Fundamentales de la Vida Social
26. La Doctrina social de la Iglesia, además de los
principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre,
indica también valores fundamentales. La relación entre principios y valores es
indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los valores expresan el aprecio
que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien moral que los
principios se proponen conseguir. Todos los valores sociales son inherentes a
la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen. Son
esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor (C 197).
1° La verdad
27. La verdad es un valor fundamental que desde siempre
la humanidad busca ansiosa. Tiene una dimensión objetiva que fundamenta la
actividad del hombre, posibilita el diálogo, fundamenta la sociedad e ilumina
sobre la moralidad de los comportamientos de los ciudadanos y de los grupos
sociales: verdad de la naturaleza del hombre, de la vida, de la familia, de la
sociedad. Verdad, también, de los hechos acaecidos.
En el cristianismo
la Verdad ocupa un lugar central. El Hijo unigénito de Dios, cuyo nacimiento
nos preparamos a celebrar, está lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). El mismo
Jesús se autodefinió como la Verdad: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn
14,6). No se trata, por tanto, sólo de una verdad enunciable en el plano
especulativo. Se trata de la Verdad sustancial, cuya palabra devuelve la
libertad a quienes están esclavizados por el error o por el mal: Si ustedes
permanecen fieles a mi palabra, conocerán la verdad y la verdad los hará libres
(Jn 8,31-32). La Verdad del Evangelio, más que para ser conocida
intelectualmente, es para ser realizada, para que viviendo en la verdad y en el
amor, crezcamos plenamente unidos a Cristo (Ef 4,15).
28. La verdad es, en consecuencia, también un valor
fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia. Al respecto ella nos dice: Los
hombres tienen una especial obligación de tender hacia la verdad, respetarla y
atestiguarla responsablemente. Nuestro tiempo requiere una intensa actividad
educativa y un compromiso correspondiente por parte de todos para que la
búsqueda de la verdad sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima
de cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla (C 198).
Situaciones y Cuestiones
29. Si el cristiano prescindiese de la comprensión de la
Verdad que le da la Palabra de Dios, podría caer en múltiples errores, e
incluso adoptar actitudes fundamentalistas. Así aconteció en tiempos pasados
cuando se difundió la máxima el error no tiene derechos, olvidando que los
derechos son de las personas, incluso de las que están en el error. El
Evangelio manda morir por la verdad, no matar por ella. Por ello el Papa Juan
Pablo II, cuando nos exhortó a los cristianos a prepararnos a la celebración
del Gran Jubileo del año 2000, mencionó explícitamente el capítulo doloroso,
sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento,
constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos,
con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad.
(Tertio Millenio Adveniente 35)
Sin embargo, la
tentación del fundamentalismo siempre acecha, y no sólo al hombre religioso. La
historia civil de los pueblos, incluso europeos, está plagada de ejemplos de
intransigencia a muerte entre sectores opuestos. Cuando se esgrimen argumentos
religiosos, se lo hace engañosamente para enardecer la intransigencia con la
que se pretende suprimir al contrario.
30. La interpretación de la historia argentina está
atravesada por cierto maniqueísmo, que ha alimentado el encono entre los
argentinos. Lo dijimos en mayo de 1981, en Iglesia y Comunidad Nacional: Desgraciadamente,
con frecuencia, cada sector ha exaltado los valores que representa y los
intereses que defiende, excluyendo los de los otros grupos. Así en nuestra
historia se vuelve difícil el diálogo político. Esta división, este
desencuentro de los argentinos, este no querer perdonarnos mutuamente, hace
difícil el reconocimiento de los errores propios y, por tanto, la
reconciliación. No podemos dividir al país, de una manera simplista, entre
buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas. No queremos negar
que haya un gravísimo problema ético en la raíz de la crítica situación que
vive el País, pero nos resistimos a plantearlo en los términos arriba
recordados (31).
A veintidós años
de la restauración de la Democracia conviene que los mayores nos preguntemos si
trasmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre lo acaecido en la década del 70.
O si estamos ofreciéndole una visión sesgada de los hechos, que podría fomentar
nuevos enconos entre los argentinos. Ello sería así si despreciásemos la
gravedad del terror de Estado, los métodos empleados y los consecuentes
crímenes de lesa humanidad, que nunca lloraremos suficientemente. Pero podría
suceder también lo contrario, que se callasen los crímenes de la guerrilla, o
no se los abominase debidamente. Éstos de ningún modo son comparables con el
terror de Estado, pero ciertamente aterrorizaron a la población y contribuyeron
a enlutar a la Patria. Los jóvenes deben conocer también este capítulo de la
verdad histórica. A tal fin, todos, pero en especial ustedes, fieles laicos,
que vivieron en aquella época y eran adultos, tienen la obligación de dar su
testimonio. Es peligroso para el futuro del País hacer lecturas parciales de la
historia. Desde el presente, y sobre la base de la verdad y la justicia,
debemos asumir y sanar nuestro pasado.
2° La libertad
31. Según el Evangelio, la libertad es fruto de la
verdad: La verdad los hará libres (Jn 8,32). David fue liberado de su pecado
porque lo reconoció. Lo mismo, la mujer pecadora. Y también el apóstol Simón
Pedro. Sólo reconociendo sinceramente la verdad de nuestros pecados, Dios nos
perdona y nos libera de las ataduras espirituales con que éstos nos aprisionan.
32. Sobre la libertad la Doctrina Social nos dice: Es
signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime
dignidad de cada persona humana. El valor de la libertad, como expresión de la
singularidad de cada persona humana, es respetada cuando a cada miembro de la
sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal. La libertad, por
otra parte, debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente
negativo, cualquiera sea la forma en que se presente (C 199, 200).
Situaciones y Cuestiones
33. No siempre los hijos de la Iglesia mantuvieron la
claridad necesaria sobre la doctrina de la libertad religiosa. Hace cuarenta
años la declaración conciliar Dignitatis humanae (07-12-65), sobre la libertad
religiosa, le devolvió todo su esplendor. Libertad de la persona y libertad de
la comunidad religiosa. Libertad para la Iglesia católica y libertad para todas
las religiones. Libertad para celebrar el culto y libertad para proponer y
practicar la doctrina del Evangelio.
34. Puede parecer extraño preguntarse hoy por la libertad
religiosa en Occidente y en la Argentina. Pero sobran señales de una presión
desmedida de muchos medios y de entes internacionales, que justifica preguntar
si la libertad de la Iglesia católica a enseñar y practicar la propia doctrina
es siempre respetada. Lo mismo cabe decir de resoluciones y gestos impropios de
la autoridad civil cuando invaden un fuero que le es ajeno. Dado que el sujeto
del Estado y de la Iglesia es siempre el hombre, el bien común exige que entre
ambos exista autonomía y colaboración.
3° La Justicia
35. La justicia es un atributo de Dios. Decimos Dios es
justo; que apelamos a la justicia divina. De Cristo confesamos que vendrá con
gloria a juzgar a vivos y muertos. Por ello la justicia es también un valor
cristiano fundamental. De éste la Doctrina Social dice: Es un valor que
acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. El
Magisterio social invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la
conmutativa, la distributiva y la legal. La justicia resulta particularmente
importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su
dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está
seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los
criterios de la utilidad y del tener (C 201, 202).
Situaciones y Cuestiones
36. Existen cuestionamientos sobre la Justicia como
institución. En la Argentina es fuerte el reclamo por la reforma de la
justicia. Y la Mesa del Diálogo Argentino ha propuesto la necesidad de una
profunda y valiente reforma de ella. Pero no existen cuestionamientos sobre la
justicia como valor. Sin embargo, la Doctrina Social nos hace ver su límite e
insuficiencia para fundar por sí sola una convivencia social sólida: La plena
verdad sobre el hombre, permite superar la visión contractual de la justicia,
que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del
amor. Por sí sola, la justicia no basta. Junto al valor de la justicia, la
doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la
paz (C 203).
4° La vía de la caridad
37. Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente
entre las virtudes, los valores sociales y la caridad: existe un vínculo
profundo que debe ser reconocido cada vez más profundamente. Los valores de la
verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente
interior de la caridad. La caridad presupone y trasciende la justicia. No se
pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia. Ninguna
legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a
hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz. Ningún
argumento podrá superar el llamado de la caridad (C 204 - 207). La caridad es
la plenitud de la justicia y de toda virtud humana.
Situaciones y cuestiones
38. Los cristianos debemos hacernos aquí un grave
cuestionamiento: si tomamos en serio el mandamiento del amor que nos dejó
Jesús. Si lo hacemos, descubriremos cada vez con mayor claridad que, después
del acto de adoración a Dios, la construcción de la convivencia social, en
verdad, libertad y justicia, es la obra máxima del hombre sobre la tierra. Y
que Dios Padre providente en nada se complace más que en ver a sus hijos
esforzándose por construirla.
Sobre esta base de
los principios básicos y de los valores fundamentales de la Doctrina Social de
la Iglesia podemos edificar una Nación reconciliada, que logre vivir una
verdadera amistad social.
IV. Exhortación al Pueblo de Dios,
39. Hace un mes celebramos el III Congreso Nacional de
Laicos, a los veinte años del Segundo celebrado en 1984, y en vista del
Bicentenario de la Nación, a celebrarse en 2010. La temática abordada fue la
vocación y misión del laico en la Iglesia, en la sociedad y en la política.
Durante el Congreso, la Doctrina Social de la Iglesia se mostró de máxima
actualidad. Y no sólo por sus formulaciones, sino por los desafíos que ésta
debe enfrentar cada día y que merecen nuevas respuestas. Si bien como Pastores
somos los garantes de esta Doctrina, les corresponde también a ustedes,
queridos fieles laicos, participar en su elaboración, conociendo los postulados
ya adquiridos, iluminando con ellos la situación social del País, y, a partir
de allí, enunciar fórmulas adecuadas que ayuden a los cristianos y a todo
hombre de buena voluntad a actuar en bien de la República, respetada la propia
opción temporal, sin esperar consignas de los pastores. Por lo mismo, hoy más
que nunca la Doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante,
en el camino formativo del laico (C 549). El Compendio de la Doctrina Social,
es un instrumento valioso para conocer esta Doctrina y aportar a ella elementos
nuevos. Aconsejamos vivamente su estudio y puesta en práctica.
40. Que María, gloria de Jerusalén, alegría de Israel,
orgullo de la humanidad, madre virgen de Jesús de Nazaret, nuestro hermano y
nuestro Dios Salvador, implore para nosotros del Padre un amor grande y fuerte
por nuestra Nación como el que su Hijo tuvo por su patria hasta llorar por
ella.
90ª Asamblea
Plenaria
de la Conferencia
Episcopal Argentina
Pilar, 11 de
noviembre de 2005
Memoria de San
Martín de Tours, obispo.
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