1877. La vocación
de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen del
Hijo Único del Padre. Esta vocación reviste una forma personal, puesto que cada
uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; concierne también al conjunto
de la comunidad humana.
1878 Todos los
hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la
unidad de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar
entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24,3). El amor al prójimo es
inseparable del amor a Dios.
1879 La persona
humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido
sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la
reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla
sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25,1).
1880 Una sociedad
es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de
unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual,
una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir.
Mediante ella, cada hombre es constituido "heredero", recibe
"talentos" que enriquecen su identidad y a los que debe hacer
fructificar (cf Lc 19,13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene
deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar
a las autoridades encargadas del bien común de las mismas.
1881 Cada
comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas
pero "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales
es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).
1882 Ciertas
sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la
naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la
participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso
impulsar alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre
iniciativa "para fines económicos, sociales, culturales, recreativos,
deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones
como en el plano mundial" (MM 60). Esta "socialización" expresa
igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con
el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales.
Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de
iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25,2;
CA 12).
1883 La
socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado fuerte del
Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la
Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiaridad. Según éste, "una
estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un
grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más
bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con
la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (CA 48; Pío
XI, Enc. "Quadragesimo Anno").
1884 Dios no ha
querido retener para él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada
criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su
naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El
comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a
la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las
comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia
divina.
1885 El principio
de subsidiaridad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la
intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y
sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional.
1886 La sociedad
es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este
objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que
subordina las dimensiones "materiales e instintivas" del ser del
hombre "a las interiores y espirituales" (CA 36): La sociedad
humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden
principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad,
a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos
y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común
del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse
inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a
asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo.
Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de
la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden
político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos
constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante
desarrollo (PT 36).
1887 La inversión
de los medios y de los fines (cf CA 41), que lleva a dar valor de fin último a
lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros
medios para un fin, engendra estructuras injustas que "hacen ardua y
prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del
Legislador Divino" (Pío XII, discurso 1 Junio 1941).
1888 Es preciso
entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la
exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales
que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del
corazón no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de
introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al
pecado, las mejoras convenientes para que aquellas se conformen a las normas de
la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).
1889 Sin la ayuda
de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el sendero a veces
estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo
ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25). Es el camino de la caridad,
es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor
mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la
justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de
entrega de sí mismo: "Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la
pierda la conservará" (Lc 17,33)